Poemas

MUSA PANAMEÑA

Íbamos bajo la ingrata
sombra de nuestra fortuna,
mientras abría la luna
sus cataratas de plata;
y sobre las alas leves
de la brisa que venía,
una dulce voz decía:
- Yo quiero que tú me lleves
al tambor de la Alegría.

Detuvo el paso un momento,
reconcentró la atención
para escuchar la canción
que nos venía en el viento,
y oprimiendo entre sus leves
manecitas una mía
dijo con melancolía:
- Yo quiero que tú me lleves
al tambor de la Alegría.


Sin saber qué responder
a la infantil petición
me oprimía el corazón
que se quería romper,
mientras en las alas leves
de la brisa que venía,
la dulce voz repetía:
- Yo quiero que tú me lleves
al tambor de la Alegría.

¡Ilusión que el labio miente! ...
¿Dónde estará ese tambor
donde no flote el dolor
sobre el cantar de la gente?...
¿Dónde, dónde, vida mía,
si son nuestros goces breves
cuan larga nuestra agonía?...


Y sobre las alas leves
de la brisa que venía,
la dulce voz repetía:
. Yo quiero que tú me lleves
al tambor de la Alegría.

 
Enlazados de las manos
seguimos, mudos y errantes,
más que como dos amantes
cual si fuéramos hermanos,
mientras en las alas leves
de la brisa que venía,
lejos, la voz insistía:

- Yo quiero que tú me lleves
al tambor de la Alegría.




Ricardo Miró


                                                 
 MI POLLERA
No me pidas ni sedas ni gasas
para ornar esta noche
mi talle...
noche de carnaval...
¿Qué panameña
reemplaza su pollera
por un traje?...

Mi pollera!...
Tú sabes,
yo la hice
con delgados olanes,
donde el encaje
a punto de "mundillo"
una abuela
tejió con manos hábiles;
y luego a los arrullos
de la tarde,
con la aguja enhebrada
en tonos suaves,
marcamos
en la blusa y en la enagua,
las hojas y la flor
de los maizales.

Tú no sabes
la gracia que ella pone
cuando ciñe mi talle
ni el rubor

que se siente en las espaldas
al roce del encaje
que recogen
los hilos de la lana
en bombas circulares.

Ni has visto mis zapatos:
estuchitos de raso
que cobijan
mis pies chicos y ágiles
cual los de las mujeres tropicales.

Mi cabeza es la noche:
en ella cual estrellas,
titilan los tembleques luminosos
desde el negro
azabache de mis trenzas
que sujetan,
dobladas en la nuca
las doradas peinetas.

Y frente a las orejas,
como dos rosas blancas,
asoman las "mosquetas"
que engalanan la cara;
mientras al cuello penden
el rosario de perlas
o el collar
de escuditos coronados
de épocas añejas...
cuando el oro
corría como fuente
por las colonias
plenas de leyendas...

Deja que me atavíe
con mi hermosa pollera;
y que vaya
a cantarte una tonada
allá en la rueda
donde se oyen "pujar"
los "tamboritos"
y la "caja" parlera
que recuerda,
en su rítmico sonido,
los cholos asoleados de mi tierra;
y mientras palmotean
y corean mi canto las morenas,
yo saldré
con el mozo más fornido
al centro de la rueda,
a bailar
la tonada más sentida
de mi patria pequeña;
y al ritmo
de los aires nacionales
de la tierruca istmeña,
mientras hacen
mis pies mil filigranas
al son de sus cadencias,
se abrirá cual dos alas,
mi pollera
que desquite con garbo
la lluvia de sombreros
y monedas.

No me pidas
que cambie mi vestuario
por gasas ni por sedas.
Ninguna panameña
cambiaría
por nada, su pollera.


                                                                 ANA ISABEL ILLUECA


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LA POLLERA PANAMEÑA


Con la tez perfumada color canela,
con el pie diminuto forrado en raso,
al girar por la rueda con lento paso,
no parece que baila - sino que vuela.

Partida en dos la mata de negro pelo,
que defiende el recato de sus orejas,
empina mientras baila las finas cejas,
como arcos de ventanas que dan al cielo.

Decidora la boca, roja y pequena,
como un clavel del parado de la alegria,
y los ojos, dos soles de andalucia,
sino fueran pupilas de panamena.

El abuelo que ve desde la ventana,
a la moza que baila que casi vuela,
recuerda la inefable noche lejana,
en que cayo en las gratas red de la abuela.
Y se ensancha de gracia, crece de hechizo,
y el abuelo tan grave, tan triste y tierno,
gira como un sonanbulo y por la estancia,
baila con el fantasma de sus recuerdos.



Sonia Valley....Canal View





MI POLLERA
                                           Hersilia Ramos de Argote

De lino suave
con arandelas
de talco en sombre
es mi pollera
¡Labor a mano,
cuánta paciencia
y cuánto esmero
para coserla!

Hora tras hora
la dulce abuela,
cose que cose
sueña que sueña,
va elaborando
con hebra y hebra
las filigranas
de mi pollera.

Se lleva el traje
con ricas prendas
y zapatitos
de blanda seda;
lindos tembleques
en la cabeza,
y para asombro
las dos peinetas
de hilos dorados
y finas perlas.

Luce con garbo
la panameña
el bello atuendo
de su pollera
¡Hermoso traje
de ricas gemas
donde palpita
la patria entera!




EL MONTUNO
Ana Isabel Illueca

¿Serrano?... ¿Montañés?... ¿Llanero?...
Montuno...
Hijo del pueblo...
masa de labradores...
de boyeros...
que tiene de esperanza
el horizonte
y de techumbre
el cielo
que derrama el maná
de sus estrellas
como lluvia de amor
sobre sus pechos.

La chola lo vistió
con algodón nativo
sembrado por sus manos
en el huerto;
hiló la fibra blanca
con los gruesos cordones
de sus dedos,
y en el telar de cañas
entretejió los hilos
amarillos y espesos
para hacer el calzón
y la camisa
de su hombre... el labriego;
y luego con la gracia
de su alma hecha de aromas
y gorjeos,
le adornó la pechera
y los puños
y el cuello
con puntadas de cruz,
simulando avecillas
y ramajes... y aleros.

El cuero de la bestia
que pateó la sabana
y se hartó de potreros,
le sirvió para hacerse
las cutarras
que defienden sus plantas
de la brasa candente
de su suelo;
y la mochila
que sesgó en su hombro
para guardar la pipa y la merienda,
junto con el “brillante”
que cubre su cabeza,
forman del orejano
la agreste vestimenta.

¿Serrano?... ¿Montañés?... ¿Llanero?
Montuno.
Hijo del campo, del sol y del potrero...
El machete
es tu arma de combate:
Con él limpias el suelo,
entierras la semilla,
cortas el fruto bueno
que alimenta los hijos
que dejaste en el rancho
dormidos por el río
y mecidos de tarde
por el viento.
Sobre tu piel bronceada
el sol tostó
con el verano al Tiempo;
y te quemó las plantas,
y te puso rojizos
los cabellos,
y tu carne fue brasa
de una hoguera
que se agota en silencio...

No hay un grito de angustia
en esos labios secos...
Sólo hay una “saloma”
que parte en dos los nervios...
Tú conoces la lluvia
del tropical invierno...
Ese gotear constante
que se cala en los huesos
y adormece la carne lastimada
con su golpear intenso...

No hay un grito de angustia
en esos labios yertos.
Sólo hay una “saloma”
que parte en dos los nervios...
Nadie aún compadece tu fatiga...
Para ver tu bregar
todos son ciegos...
Nadie busca los medios
de hacerte suave el peso,
y sin embargo
tu eres el labriego
que manda a las ciudades
el pan que han de comerse
esos hambrientos
que no saben de soles,
ni de lluvia,
ni de luchas,
ni de arrancar del suelo
el grano que humedecen
los sudores
De los hombres del campo
a través del espacio y de los tiempos.

Montuno... orejano...
¡Pedazo de mi carne
y de mis huesos!...
Lanza un grito furioso
para que te oigan
y te vean los ciegos
que en la hamaca de juncos
se adormecen con tu “saloma”
que rasgó mis nervios.





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Esther Pérez de Herrera